Cedro

sábado, 9 de abril de 2016

El peso del rencor

En un viejo monasterio, el monje más sabio reunió a todos los novicios en la cocina, para darles una gran lección.

Según iban llegando, el maestro fue entregando a cada uno de ellos un saco, y a continuación dijo:

―Todos guardamos rencores en nuestro corazón, contra familiares, amigos, vecinos, conocidos, desconocidos y a veces hasta contra nosotros mismos. Busquen en el fondo de sus corazones, todas las ocasiones en las que ustedes han dejado de perdonar alguna ofensa, algún agravio o cualquier otra acción que les haya causado dolor; y tomen una de estas patatas, por cada uno de los rencores no perdonados, luego pónganlas en el saco.

Unos más y otros menos, todos fueron echando patatas a los sacos y cuando hubieron terminado el sabio agregó:

―Ahora deberán cargar el saco durante todo el día, y por un tiempo de dos semanas, sin soltarlo ni siquiera un momento.

Transcurridas las dos semanas, el maestro reunió a los novicios y les preguntó:

―¿Cómo os habéis sentido? ¿Qué impresión os ha causado?

―Es una carga muy pesada, ―respondió uno de ellos―. Estoy tremendamente cansado y me duele la espalda.

―No es tanto el peso, sino el olor nauseabundo que emiten las patatas, que ya comienzan a estar podridas. ―Replicó otro.

―Es muy fastidioso acarrear el saco de un sitio a otro, y mientras ponía mi atención para no olvidarlo, desatendía otras cosas más importantes. ―Contestó un tercer discípulo.

Y a todos ellos, el maestro sentenció:

―Eso mismo es lo que ocurre en el corazón y en el espíritu, cuando en lugar de perdonar, se guarda rencor. Se cree estar dañando, al no perdonar a quien nos hirió, pero en realidad nos estamos perjudicando a nosotros mismos. Ciertamente no sabemos si al otro le importa o no recibir nuestro perdón, pero lo que es indudable, es que el rencor que se va acumulando a través del tiempo, afecta a la salud, a la autoestima, a la capacidad de vivir con plenitud, de amar, de ser felices y al desarrollo emocional y espiritual. El rencor se convierte en una pesada y desagradable carga, que va aumentando, cada vez que se piensa en lo ocurrido. El rencor va debilitando el corazón. Hay que aprender a perdonar al otro, aun si no se ha disculpado, incluso si no se lo merece. Puesto que no se sabe si ese perdón será de utilidad para el otro, lo más importante, es que con toda seguridad fortalecerá el propio corazón.

Moraleja: el rencor y el odio es como un veneno que se toma esperando que haga efecto en los demás.

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